Escuchó atentamente el crujido de las hojas secas. Alguien se acercaba y no tenía dónde esconderse. Echó un ojo a la habitación: la nevera estaba llena, había hecho la compra ayer, ¡ojalá no tuviera qué comer! Ahora maldecía haber comprado ese jamón, el queso, las cervezas y las dos botellas de leche. Debajo del sofá no cabía, igual moría incluso de la infección. Hacía siglos que la Roomba no pasaba por allí. Como le faltaba medio centímetro para entrar, mejor dejarla, si total, limpiaba toda la casa igualmente. ¿Y en el arcón de la entrada? No, allí estaba el árbol de Navidad y toda su decoración, ¡maldita Navidad!
Los pasos eran cada vez más sonoros: crash, crash, crash, pum. Silencio. Más silencio. Pegó el oído a la puerta. Nada.
Decidió abrirla lentamente y, mientras la abría, su cara se iluminó mientras una sensación de alivio recorría su cuerpo.
La ardilla corría despreocupada: crash, crash, crash, pum.